En esta época que nos ha tocado que vivir, cuando en un solo minuto se hacen más fotografías que en todo el siglo XIX, cuando se estima que en un mes se suben a Internet 200 millones de imágenes, es evidente reflexionar en cómo lo visual, y en particular la fotografía ha supuesto una revolución equiparable a la que en su día supuso la invención de la imprenta o, remontándonos aún más, la de los orígenes de la escritura.
Es evidente que la imagen es el lenguaje universal por excelencia y la fotografía, la herramienta más democrática para poder hablarlo. En nuestras vidas, rara vez estableceremos conversaciones con personas de lugares y culturas remotas; me atrevo a decir que incluso nos daría cierto reparo el hacerlo de una manera verbal, pero no ocurre así con nuestras imágenes.
Pues bien, estando inmerso en esta revolución visual, el hecho de compartir y consumir compulsivamente imágenes hace que hayamos descubierto una nueva manera de socializar. Nosotros, como fotógrafos, además de esta nueva socialización, recurrimos a una más antigua aún que consiste en unirnos alrededor de un hobby común. Esto nos lleva, en innumerables ocasiones, a salir a hacer fotos juntos y compartir largas jornadas, enriqueciéndonos los unos de los otros.
Si reviso mi archivo, veo infinidad de fotos realizadas en estos momentos de convivencia, pero también muchas otras, que suelen coincidir con las que personalmente más satisfacciones me han dado, que están tomadas en completa soledad. Y es aquí donde quería llegar.
El acto fotográfico es un acto íntimo. El pulsar el botón del disparador es solo el final de un proceso que se ha originado con una necesidad de querer contar, transmitir o enseñar algo. Esta necesidad surge en el interior de cada uno y no puede ser dirigida.
Cuando fotografiamos en grupo, perdemos esa frescura y el acto deja de ser íntimo, con lo cual el proceso no es completo. No quiero decir que no se puedan tomar buenas fotos fotografiando colectivamente, es más, es posible desconectar por un momento de lo colectivo para buscar tu momento íntimo, pero siempre será más complicado que si te enfrentas a la misma situación estando solo. Esta reflexión personal me consta que es común para muchos fotógrafos. Te invito, si no lo haces ya, a que disfrutes de fotografiar en solitario, en la ciudad o en la naturaleza; en la vorágine de una calle céntrica de una gran urbe o en la soledad de un ibón a los pies de una cima a 2000 metros; en tu estudio rodeado de flashes y triggers o con la cámara de tu móvil en cualquier actividad cotidiana; en ese viaje al otro lado del mundo o en tu lugar de trabajo. Siente esa necesitad que nace de dentro y disfruta del pacer de fotografiar en solitario.